Reproches.

Y hoy, de nuevo, estás aquí, como regularmente lo haces, pero, vienes con una cara de especial desolación, vienes con un aroma de eterna desesperación.

Te paras frente a mí, y me observas, de repente, tu mirada se pierde, y tus ojos se humedecen, tus manos tiemblan y tus labios se tornan grises.

Comienzas a suspirar, tratando de evitar las lágrimas, tratando de no dejar notar que estás deshecha y que no puedes más, intentando engañarme a mí que soy la persona que más te conoce en este mundo.

No puedes contener las lágrimas, y comienzan a resbalar una a una por tus mejillas, lágrimas que cortan tus mejillas cual navaja afilada...

Sollozas, cubres tu rostro con tu mano, no me dejas verte, volteas la cara hacia el cielo tratando de calmar tu llanto.

Mencionas dos palabras que calan hondo: ¿Por qué?

Yo simplemente me mantengo en silencio, no te digo palabra alguna, no quiero lastimarte aún más...

Comienzas a llorar desesperadamente, y caes al suelo sobre tus rodillas, gritando ¿Por qué? y viéndome con cara de incredulidad...
Yo hago nada, mas que observarte, porque, a fin de cuentas, ¿Qué puedo hacer yo?

Comienzas a recobrar la calma, suspiras, te pones de pie, te limpias la cara y volteas hacia donde estoy yo, con la mirada vacía...

Hoy, me vuelves a reprochar lo de siempre, me lo echas en cara...

Una vez más, me observas sin observarme, me recuerdas sin recordarme, me abrazas sin siquiera tocarme y me lastimas sin siquiera hablarme...

Una vez más, eres la luz que mi obscuridad alumbra, pues, una vez más, estás parada sobre mi tumba...