Sinfonía de un suicidio.

El delineador ya se encuentra en toda su cara, se ha corrido debido a la cantidad enorme de lágrimas que por sus ojos emanan.

Ya no puede respirar, se jala el cabello e intenta tranquilizarse; la mano le tiembla mientras escribe aquí. Se observa lejana y perdida en la inmensidad del espacio, callando su dolor y gritando su llanto.

Por su cabeza, pasan desfilando tétricamente millones de ideas que no puede acomodar, mienstras tanto, su maquillaje sigue escurriendo, ya le ha llegado al cuello. De fondo, una melodía fúnebre que anuncia el final de algo.

Ella sigue llorando, gritando... Rascándose las palmas de sus manos... Viendo sin ver la taza que está sobre su librero que aguarda paciente a que ella se pare.

Baja por una botella de tequila, parte 3 limones y sube corriendo a su recámara. Engaña a su alma diciéndole que está tranquila, pero ella sabe la única verdad, y es que está muriendo en vida.

¡Arráncame los ojos para que no vuelvan a dar lágrimas en toda mi muerte; sácame el corazón, entiérralo, destrúyelo, quémalo.... Así jamás volverá a penar!

Desgarra mi cuerpo, hazlo trizas, así jamás volverá a sentir. Mátame, mutílame, miénteme, destrúyeme... Así jamás volveré a vivir.

Y cuando lo hayas hecho, por favor, asegúrate de que mi corazón no se delate a sí mismo.

La melodía termina.

Épitaphe.

Ya mejor mátame. Ésa es la única solución. 

Fueron las últimas palabras que salieron de su boca antes de que sintiera el fuego hundirse en lo más profundo de su ser.