Espejos empañados.

No sé si fueron sus ojos que miran con intensidad, deseo y pasión o si fue su voz.
No sé por qué no logro sacar su imagen de mi cabeza y sus cálidas manos de mi cuerpo, no tengo idea de por qué me encuentro escribiendo sobre él.

Amo verlo hacer lo que ama, me fascina verlo reir, verlo estar fuera de sí. Sus labios recorriendo mi piel.

Sólo con él, que habita en mis libros y sábados en la noche.

Sólo con él, que en algún punto perdido en el tiempo, jamás existió. Algún día aquel que lea esto y se identifique, sabrá que es el amor de mi vida. Mientras tanto, el espacio vacío en mi cama sigue aguardando por un recuerdo irreal y sustancial. Una fantasía intelectual y musical. Mi almohada sigue esperando por su cabeza sobre ella, y mis ansias de ser mujer se repliegan.

Y así como él sólo vive en mis recuerdos y mis sábados en la noche, muere en todas las demás horas que tiene mi vida.

Así como él sólo fue un sueño que se tornó en pesadilla, y cuando desperté todo era normal y él seguía sin existir.

Pero, ¿Qué pasa si un día él despierta y nota que siempre ha existido y no sabe nada sobre mí? Mi espejo empañado seguirá esperando por sus dedos escribiendo sobre él.

Notas musicales.

Se sienta. Se para, se dirige al espejo.

Toca sus cabellos; ondas negras que escurren sobre su cuerpo hasta llegar a la espalda baja. Cual gotas de agua bañando su desnudez.

Observa las disimuladas curvas que posee. Pero, en su retorcida mente ella observa un cuerpo que no existe, un cuerpo que simplemente existe en sus propias mórbidas fantasías.

Se sienta frente al espejo, rodeando sus rodillas con sus brazos y apoyando su cabeza sobre éstos, llora. Llora desconsoladamente y el delineador comienza a cubrir su lunáceo rostro.

Desesperada, se jala el cabello, grita, rasguña... Siente.

Se levanta del suelo y se dirige a su librero; ese librero que guarda tantos viajes y tantas fantasías en sus páginas. Ese librero que cuenta la vida de una mente sin recuerdos, de un recuerdo sin mente.

Toma la navaja que está en la esquina izquierda y saca del ropero la botella de tequila que alguna vez dejó a la mitad y se vuelve a parar frente al espejo.

Imagen perturbadora, notas musicales inaudibles. Su cabello despeinado corre por todo su cuerpo burlándose de esos ojos que derraman lágrimas.

Le toma a la botella y se sienta de nuevo en el suelo. Comienza a hacer cortes en su brazo izquierdo. Llora, desgarra, grita, disfruta.

Vuelve a beber de la botella y realiza el mismo ritual con su brazo izquierdo. No para de llorar, se rasguña la cara. Sus ojos irritados le piden dormir. Haciendo caso omiso, sigue lacerando su desnudez. Espalda, piernas, cuello, pies. Absolutamente toda su piel cuenta la historia de sus heridas.

Un parpadeo, un trago. Un golpe, y termina.

Las notas musicales vuelven a sonar, y ella jamás las volverá a escuchar.

Una fotografía.


¿Qué es una fotografía?
Es ese momento que se detiene, los besos dados por los amantes en el parque.
Es esa memoria que prevalece, los caramelos dados durante las tardes calurosas.
Es ese instante que jamás se irá, que siempre perseguirá.

Una fotografía es aquel respiro que te saca una sonrisa, una lágrima o una carcajada.
Son aquellas páginas de libros dobladas para tener fácil acceso a ellas.

Una fotografía son todos los abrazos que nunca te di, y los besos que siempre te daré.
Son todas esas cervezas vacías que alguna vez dejé.

Una fotografía, es verte amar lo que haces. Es verte decir lo que piensas. Es escucharte hablar.
Una fotografía es, simplemente, esa vida que veo pasar día a día frente a mis ojos.