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Abrí los ojos, y el eco de tu voz resonó en toda la habitación, como todas las mañanas -¡Arriba dormilona! Ya amaneció- Con esa voz tan dulce y cariñosa que amo. Inconscientemente sonreí, y, al verme presa de tu voz, simplemente me senté en el borde de la cama a pensarte.

Era un día como cualquier otro, nublado y el cielo de un tono grisáceo que invitaba a quedarte recostado todo el día entre las cobijas, viendo una buena película de Quentin Tarantino, comiendo palomitas de maíz y bebiendo una coca-cola de 600ml cada 2 horas. O bien, recostado sobre las cobijas, con la cortina abierta de manera que vieras el cielo plagado de nubes, encontrándoles miles formas e imaginando como sería vivir en ellas, y de soundtrack tus discos de Mozart, Beethoven, Bach, Vivaldi, Tchaikovski, entre muchos otros...

Sin embargo, haciendo caso omiso de las invitaciones del cielo, nubes, e incluso el eco que día a día me acompañaba, me paré de la cama y, con pesadez, me dirigí a la cocina para prepararme una buena taza de café y terminar de despertar. Abrí la puerta de la cocina y me dirigí a la cafetera, solamente para descubrir que el café se había terminado.

-Perfecto- pensé yo - ahora tendré que prepararme café y, honestamente no quiero...Pero bueno, ni modo...Así es esto.

Preparé mi café y me senté a la barra para tomármelo acompañado de unas cuantas galletas de chocolate. Habiendo terminado de desayunar me dirigí a la regadera para tomar un baño con agua tibia, tirándole a fría, ya que no me gusta el agua caliente.

Abrí la llave de arriba para dejar que el chorro de agua caliente saliera, para después, abrir la de abajo y templar el agua a la temperatura que a mí me gusta.

Salí del baño envuelta en la toalla azul de siempre, y me dirigí al espejo para maquillarme.

Me puse base, me delineé los ojos, me puse sombra, me enchiné las pestañas y me puse rímel. Terminado de hacer esto, me dirigí a mi habitación para vestirme. Tomé la primer playera que se me cruzó y el pantalón que la noche anterior había dejado sobre la silla que está al lado de la cama, busqué los tennis ya que, uno, traviesamente, había huído de mi vista, habiéndolo encontrado me lo puse, tomé la cadena de siempre, la acomodé en su lugar. Agarré la cartera, la bolsa, el celular, el espejo, el maquillaje, el delineador, el rímel y el lapiz labial y me dirigí a la planta baja de la casa.

Cada vez, se me hacía más difícil respirar, puesto que la atmósfera hogareña estaba demasiado cargada, como si cada habitación y aparato electrodoméstico transpirara tensión, tristeza, resentimiento, desesperación y todo se juntara en un pequeño recipiente, calentándolo a punto de ebullición...

Sentía como me picaban los ojos, pero me obligaba a no hacer caso.

Tomé las llaves colgadas en el clavo al lado de la puerta de salida y me dirigí a ésta. Abrí la puerta de la casa, salí al patio y cerré con seguro ésta. Acto seguido, cruzé el patio y me dirigí a la reja, abrí, salí y cerré. Guardé las llaves en el cierre delantero de mi bolsa y tomé camino hacia mi destino.

Me dirigí hacia la avenida principal, la cruzé para colocarme del lado de la acera en la cual pasaba mi camión, esperé aproximadamente 10 minutos, lo ví a lo lejos, le hice parada y me subí en él.

Llegué a la primer parada y bajé. Me subí a mi siguiente transporte, el metro. Pasó rápido y casi vacío, tomé lugar en una esquina y bajé la mirada al suelo. Una, dos, tres, siete, doce, quince estaciones. Me bajé.

Salí del metro y caminé para llegar a mi destino.

Entré a este lugar, y te busqué con la mirada, no sé para qué lo hice, pues ya sabía donde estarías...Me acerqué a ti y me senté. Te observé, te analicé en silencio, te dije ¡hola! Me devolviste el saludo, y comencé a contarte todo esto. Ahora no sé qué hacer, si abrazarte, besarte, pegarte...Una combinación ininteligible de sentimientos me hace presa suya...

-¡Explícame! ¿Qué hago?

Una lágrima de impotencia cruzó mi rostro...Sólo, me viste, me observaste, bajaste la mirada y te quedaste callado, ni una sola palabra...Nada.

-¡Carajo! Te lo suplico...

Sólo, me veías.

-No puedo más... ¿Por qué? ¿Por qué a mí?

Respondiste con esa voz que amo...

-¿Para qué vienes cada mes a verme si, cuando tuviste la oportunidad de verme más seguido, la desperdiciaste en tus vicios? ¿Para qué sufres? Simplemente, afróntalo.

Te vi con los ojos llorosos...Continuaste.

-Otra vez vienes aquí a reprocharme, otra vez vienes a reclamarme, otra vez...

Me quedé en silencio, no podía respirar.

-¿Para qué lo haces? ¿Para qué vienes? No tiene caso que, cada mes, vengas a verme, a esperar las respuestas llenas de silencio y dolor de una simple tumba......