...Veo las luces pasar frente a mis ojos, como si fueran flashazos de fotografías olvidadas y escondidas en lo más profundo de mis recuerdos empolvados.
Me levanto, es un día como cualquier otro de otoño, el cielo plagado de nubes y el viento tirando las hojas de los árboles, las hojas cantando una sinfonía cada que alguien camina sobre ellas cuando reposan en el piso.
-¿Qué haré hoy? - me pregunto al momento en el que me levanto de la cama, y como casi siempre sucede, me quedo sin respuesta en ese momento.
El día de hoy me levanto con una creciente sensación de desasosiego, con una sensación de opresión en el pecho, como si estuviera a punto de reventar, o de quemarme desde dentro...
Para no romper con la rutina, me dirijo al cuarto de baño y me ducho rápidamente con agua fría para ver si de esta manera despierto por completo. Mi idea da resultado, y temblando salgo de la regadera para irme a vestir. Por la ventana de mi cuarto entra una corriente de aire frío que anuncia tormenta...
Cuando me termino de vestir me percato de la hora, las 4.38 pm.
-¡Caray! ¿Ya tan tarde? - Exclamo, puesto que no me explico el extraño acontecimiento - ¿Habré dormido de más? - me pregunto y yo misma me contesto que probablemente tenía acumulado sueño y cansancio y lo repuse durmiendo tantas horas...
Continuando con mi rutina del sábado, salgo a caminar un rato por la colonia, viendo pasar a infinidad de gente que se dirigen a reuniones, a fiestas, a cenas, al antro o simplemente con los amigos a tomar unas cuantas copas y a disfrutar de una charla con ellos. Es curioso ver como están completamente cambiados, la señora de la casa número 7, fodonga sin remedio, me sorprende al verla tan bien arreglada y me asombro al descubrir su belleza, la cual permanecía oculta. La jovencita de la casa número 18 está arreglada en extremo, más de lo que regularmente se arregla, seguramente tratará de impresionar o conquistar a un chico esta noche, quién sabe, sólo ella lo sabe. Y así, cada uno de mis vecinos está tan cambiado que me cuesta reconocerlos, en algunos casos, en otros, ya es costumbre verlos tan glamourosos.
Continúo con mi caminata, y veo a un perrito de color negro y ojos cafés pispiretos que me ve a lo lejos, al él notar que le devuelvo la mirada me mueve la cola en señal de que me acerque. Haciendo caso de este gesto, voy hacia él y lo acaricio...En ese momento al ver como el cachorrillo, que según mis cálculos no pasaba de los 8 meses, me mueve la cola, a mi cara la atraviesa un relámpago de hipocresía...una media sonrisa, en la cual ni mis ojos, ni mi alma participan, sólo fue un acto de reflejo.
Aburrida y cansada de caminar, me dispongo a regresar a casa, notando que, mis vecinos ya se han ido a sus respectivos compromisos.
Entro a mi casa, la cual, en cada uno de sus rincones y esquinas susurra silencio y grita desesperación. Paso por la cocina y hago caso omiso de la montaña de trastes sucios que imploran ser lavados, atravieso la sala haciendo oídos sordos a las súplicas del piso por ser barrido y trapeado, llego a las escaleras, las cuales en cada escalón se quejan por una revisión.
Llego a mi cuarto y me tiro en la cama, la cual, llora por un cambio de sábanas y una sacudida, cierro los ojos y me quedo dormida.
Cuando despierto, veo la hora, 10.45 pm...De nueva cuenta, me sorprendo al ver la hora qué es y al hacer la cuenta del tiempo que dormí descubro que fue poco más de 3 horas lo que duró ese sueño perturbador, porque, de reparador no tuvo nada...
Me siento en el borde de la cama y escucho el eco de las paredes de mi casa, escucho las quejas de mis muebles y siento el descontento de mi cama.
Con paso seguro y decidido me dirijo a la cocina y tomo las llaves de mi carro, me apetece ir a dar una vuelta en él, espero no haber perdido práctica en estas cuestiones del manejo.
Lo enciendo y espero a que el motor caliente un poco, mientras, tomo la botella de licor que está guardada en la alacena, regreso al carro y cuando veo que la aguja que indica temperatura ya no está tan abajo, lo saco del patio, rápidamente cierro la puerta y me pongo en marcha.
Voy por las avenidas grandes y transitadas, bebo del pico de la botella, voy rebasando carros y dejando atrás edificios y toda clase de urbanidad, me dirijo a la carretera, cualquiera es buena, sólo quiero manejar un buen rato.
Acelero... 80, 90, 120, 150 kph...Siento como el aire le pega a las ventanas de mi carro, y siento la adrenalina recorrer mi cuerpo. Mis labios besan la botella de nuevo.
180 kph...
La botella de licor en mi mano derecha rumbo a mis labios...Un impacto, una vuelta, golpes, rasguños, dolor, una lágrima, una sonrisa. De repente, el silencio. No siento nada, lo logré, llegué a mi destino.
...Vi las luces pasar frente a mis ojos, como si fueran flashazos de fotografías olvidadas y escondidas en lo más profundo de mis recuerdos empolvados.