Melissa

Parada frente al espejo, se mira y decide que está lista para irse. ¿A dónde? Ni siquiera ella lo sabe, sólo quiere perderse en su cabeza mientras camina en el bosque que colinda con el lugar en donde vive.

Es alta, complexión media, tez apiñonada, cabello largo negro ondulado y unos ojos de color café almendra.

Toma su bolso y sale de su casa. Camina lento, como perdida en el espacio sin noción de tiempo y después de un largo (¿O corto?) rato llega al bosque, se adentra en él y comienza a vagar en la selva de su cabeza, llena de acertijos y laberintos sin solución que poco a poco han ido mermando su lucidez. Un pensamiento obsesivo ha estado acechándola durante los últimos...¿Días, meses, años? No sabe a ciencia cierta. Terminar. Terminar. Terminar.

Durante unos instantes cae en un abismo de su mente, y cuando logra salir, ya ha obscurecido. Rápido, se levanta del tronco donde se hallaba sentada y apura el paso para llegar a su casa y descansar. A fin de cuentas, ha sido un día pesado.

Llegando a su casa, se encierra en su recámara y se tira en su cama, inmediatamente cae profundamente dormida y comienza a soñar.

-¡Ten cuidado por favor!
-Sí Roberto, no te preocupes. No me pasará nada.
-¿Me lo prometes? Sabes que no sé que haría sin ti.
-Calma mi amor, no tienes nada de qué angustiarte. Sólo tomaré prestado el coche de mis padres un rato...

Y el timbre de su celular sonó, sacándola de manera repentina, de su sueño. Y, fugazmente, su sueño se esfumó de su cabeza, privándola así, de poder analizarlo en busca de coherencia.

Sin embargo, su subconciente luchaba y preguntábase ¿Quién es Roberto?.

-¿Bueno...?
Una voz masculina contestóle.
-¿Melissa?
-S..s...sí, ¿Quién es?
Tartamudeaba, había algo en esa voz que no terminaba de agradarle. ¿O sería parte de su paranoia? Aunque, extrañamente, le parecía un tanto conocida. No le prestó atención a su cabeza, al fin y al cabo, estaba acostumbrada a hacerlo puesto que, continuamente, le ponía trampas.
-No me conoces. Yo a ti sí, perfectamente. No preguntes cómo, no preguntes dónde. Sólo escúchame. ¿Entendiste? Presta perfecta atención a lo que te diré a continuación, pues muchas cosas están en peligro.

A la mañana siguiente, Melissa despertó en el suelo de su habitación, rodeada de botellas de tequila y 2 cajetillas de cigarros. No había rastro ni del alcohol, ni del tabaco. ¿Qué había sucedido? No hallaba la respuesta. Mientras cavaba en los rincones más recónditos de su cabeza, su madre abrió la puerta de su recámara, haciendo caso omiso al desastre del suelo, como si no lo viera, y le dijo - ¿Irás o no a la escuela?- A lo que Melissa le contestó que no, que se sentía mal. Su madre, sin un dejo de molestia, azotó la puerta y bajó las escaleras, rumbo a la cocina.

Melissa vivía únicamente con su madre. Su padre, su hermana gemela y su hermano habían muerto trágicamente hacía 3 años en un accidente automovilístico, según su madre le había relatado, ya que ella no recordaba nada de antes del accidente ni nada después, hasta 6 meses antes de ese momento.

Su madre, señora respetable de 48 años, era exigente, fría y dura, pero, sin lugar a dudas, amaba a Melissa con todo su corazón y, puesto que era el único miembro de su familia que le quedaba, la protegía de todo y todos.

Toda esa mañana, Melissa se había quedado recostada en su cama, con la mirada fija en algún punto del techo. La cabeza le daba vueltas. Sólo tenía algo que hacer. ¿Pero qué?. Terminar. Terminar. Terminar.


Seis meses antes...

-¿En verdad lo crees, verdad?
En ese momento, Arturo no le contestó, se limitó a observar fijamente el pasto que rodeaba todo el lugar donde se hallaban.
Arturo era alto, delgado, musculoso moreno, cabello negro lacio, ojos de color marrón.
-No es que lo crea Mel, simplemente, escucho y observo lo que la evidencia nos puede narrar.
-Pero, tú sabes que yo no...


En ese momento, Mel, como cariñosamente le llamaba Arturo, salió de su ensimismamiento, y se dirigió al baño para ducharse.
Mientras se desvestía, notó que tenía unos moretones bastante feos en la espalda y unos rasguños, que más bien parecían heridas de navaja, con aspecto repugnante en el vientre.
De repente, se desmayó.


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