Something

Los pajarillos cantan y las gotas de agua resbalan, resignadas, por las ventanas. Ha parado de llover.
Salgo al patio, humedeciendo mis zapatos, calcetines, pies y un pedazo de mis pantalones a causa del pasto que, por obvias razones, está mojado.

Las nubes dejan de arremolinarse, y comienzan a partir, con la cabeza agachada y aceptando la triste y cruel derrota ante el sol.

En el parque... Los columpios, mecidos por la suave mano del viento, marcan el compás de la triste y silenciosa melodía que recorre mis pensamientos...

Siento unas ganas irrefrenables de llorar, siento mis ojos como si estuvieran a punto de diluviar, ¿has tenido la sensación de que, si no dejas que el arroyo siga su cauce, causará una inundación cuyos daños serán, con el tiempo irreparables?

El viento juguetea con mi cabello. Parece que el sol quiere jugar a las escondidillas, haciendo sus intermitentes apariciones tras las nubes... ¿Qué pretenden las estrellas cuando danzan al ritmo del azul?

Dentro del vaso ponen algunos hielos, después, dejan caer sobre ellos un manantial, así sin más, los hielos reciben el chapuzón de sus vidas, ¿Cómo es eso? ¡Pregúntale al silencio, probablemente él te pueda dar una respuesta coherente!

Los muebles crujen, se quejan... Quieren recibir - y bien merecido lo tienen - la atención de un trapo, seco, húmedo; no importa, mientras les ponga atención. Me han contado que el polvo les está causando unas alergias terribles, se sienten desvanecer, como si se comenzaran a llenar, irremediablemente, de pequeños agujeros que merman con su integridad física.

En la casa, respiro una atmósfera soporífera, cargada de tensión... Pareciera olla exprés a punto de ebullición. Todos los sentimientos, amontonados, apretujados, ¿Acechados?... Lloran, lloran, lloran; al no tener quien les preste atención se han dado a la tarea de desaparecer, de evaporarse, de desvanecerse dentro de esas líneas sobre las cuales escribo mi dulce melodía. ¿Dulce, ácida, amarga? ¡Variedad de sabores puedes encontrar dentro de mí!

En algún recóndito lugar de mi cabeza, las telarañas hacen presencia. En ese descuidado rincón de mi alma, el tiempo ha carcomido todo lo que ha ido encontrando a su paso. Ha destruido, construido, hecho y deshecho a su antojo, ¡Oh, bendita la maldición del tiempo! Sin ella, no estaríamos aquí.

En...¿Dónde? Cualquier lugar, puedo percibir el olor de un cigarro que es consumido por la boca y pulmones de un individuo trastornado, conmocionado, nervioso, ansioso... Si supiera, que aquella bocanda de humo que exhala es la última en un buen tiempo, durante un largo viaje... ¿Regresará? Las carreteras son peligrosas.

¿Azul de metileno? Mucho... ¡¿azul?! Gris, no. Blanco, tal vez. Negro, improbable. Silencio, la respuesta ruidosa. Ausencia, probablemente. Policromático, dudoso.

¿Tres y cuatro? Siete. No, equivocado; treinta y cuatro. Ambigüedad.

Y, en el campo de batalla, las balas recorren gozosas y con hambre de sufrimiento, el aire. Siempre listas para impactar en el primer conjunto de átomos que formen un cuerpo para alojarlas, sin su consentimiento. ¡Escucha, viene hacia ti!

Necedad. Terquedad. Ambos claros signos de falta de orientación.

¿Dejó de llover? Sí. ¿Puedo ir a jugar en los charcos? Claro, sin problema. Brinco desde el alféizar de mi ventana, ubicada en un segundo piso, caigo sin hacerme daño y corro a juguetear en el parque.

Llega a mi nariz el inconfundible, delicioso y misterioso olor de la tierra mojada en combinación con lluvia frutal.

Una abeja pasa rozando mi oreja, y yo, respiro.

Abro los ojos, y me encuentro frente a mi reflejo.