Ella.

Como una melodía olvidada en el tiempo, como un río sin cauce.

Así se sentía sentada en uno de los sillones de su casa, observando las gotas de lluvia resbalar en la ventana. Perdida en sus pensamientos, venían a ella los recuerdos, borrosos, de alguna época... Una época en la cual, no era sólo un trasto vacío sin ocupación ahogado en el descuido; una época en la que desgranaba a diestra y siniestra los cuentos que el hielo le narraba, las anécdotas del césped, las interminables aventuras del fuego y los juegos infantiles de la tierra.

El reloj marcó medianoche, sentada en el vacío, temblando de ¿frío?.

Dejó caer su cabeza en el respaldo con pesar, seguía inmersa en sus memorias y no escuchó los pasos que, con cierta reticencia a hacer ruido, recorrían los pasillos de aquel olvidado caserón.

Lágrimas silenciosas rodaron por sus mejillas, cayendo por su cuello y perdiéndose en su escote. Lágrimas que abrasaron su alma sin razón alguna, lágrimas de ¿generación espontánea?

Los pasos se acercaban a donde ella estaba, aguardando su momento ocultos entre las sombras, ella, iluminada por los rayos de luna que se colaban por la ventana, hacía gala de una expresión impasible y un cabello rojo como la grana, cubriendo un rostro de un blanco lunar y unos ojos, cuya expresión calaba en los huesos de una manera indescriptible, de un tono azul profundo como el mar en su máxima expresión, comenzó a tararear una melodía gélida, sin principio ni fin, una melodía que te quema con sólo escucharla, una melodía algo tétrica, una melodía de muerte.

Un relámpago iluminó la estancia: Botellas de whisky alfombraban la estancia, cortinas de terciopelo rojo, a juego con su cabello, raídas por el tiempo y una calpa de polvo lo suficientemente gruesa como para amortiguar... ¡Pasos! De nuevo, acercándose a ella, acechando, observando, disfrutando, planeando, respirando acompasadamente, calculando.

Siendo tarareada por unos labios carmesí, una melodía de muerte opacaba cualquier ruido ajeno a la situación, incluída la lluvia.

Despertó. Se levanta del sillón, patea 3 botellas de whisky vacías que le estorban, y llega a la alacena; gigantesco mueble de madera de aproximadamente 78 años de antigüedad, reliquia familiar. Toma un vaso, empolvado por el susurro, abre otra botella de whisky, llena el vaso hasta la mitad y lo bebe de un sorbo. Regresa a su sillón con botella en izquierda y vaso en derecha. Se deja caer, tararea, respira, pierde.

Pasos apesadumbrados discurren en la estancia.

Vaya- dice una voz gélida- Hasta que apareces.

No obtiene nada, más que un ronco susurro.

¿Tienes miedo? Olvídate de cualquier cosa, no pienses...¡Actúa! - continúa la voz de mujer

De nuevo, nada, sólo un movimiento nervioso.

Se escucha una carcajada.

Los pasos se esconden en la parte más obscura de la habitación, ella voltea la cabeza, dejando admirar una belleza de inigualable proporción, absolutamente perfecta. El cabello enmarcando su rostro y ojos, sus labios y ojos en perfecto contraste. ¿Qué más pediría ella siendo, sin lugar a dudas, exquisita?

Se toma otro vaso de whisky y se acerca a la ventana, empañándola con el vaho que emana de su boca. Sus ojos están tristes, vacíos, inconsolables. Su pecho está empapado con las aguas de la desesperanza, tristeza y soledad. Sus manos, estrujan entre ellas el aire de la ira, que poco a poco la corroe a ella.

Tan absorta en el hielo está que no se da cuenta que los pasos están justo detrás de ella. Todo sucede en un parpadeo. Un relámpago. Un trueno. Una tormenta.

No hay pasos, sólo está ella y su melodía de muerte. Las botellas sufren, las penas ríen, el polvo canta y la lluvia llora.

Ella y su cabeza, ella y su belleza.

Sólo estuvieron ella y sus memorias olvidadas, recuerdo innegable de un pasado tormentoso: un suspiro.

Así, está ella, perdida en el fuego de su tiempo interminable, de las campanadas perdidas en el silencio. Ahí está ella, rogando por un momento de tranquilidad.

Aquí estuvo ella, ahogada en su rutina de destrucción.