Quiero gritar.
Descargar todo lo que tengo para decir, desanudar mi garganta. Descansar.
Llorar. Es lo que me queda, pero ni siquiera puedo lograr que mis ojos se humedezcan. ¡Cómo quisiera que supieras tantas cosas!
Y no sé por dónde empezar, ni cómo, ni qué palabras emplear. Ni siquiera sé si sea correcto, moral o permitido.
Pero, ¿Dónde pongo todo eso que siento oprime mi pecho cada que me acuerdo de ti?
Como quisiera que supieras que en este momento las lágrimas se comienzan a agolpar en mis ojos porque no sé que hacer, ni qué pensar, ni cómo actuar, ni qué decir ni qué callar.
Podría correr a tus brazos y fundirme en ti, podría besarte todo el día sin parar. Decirte que te quiero, que me gustas, que me vuelves loca.
Pero no lo hago. Sólo me remito a estar como estúpida pensando en ti, sonriendo al acordarme de tus caricias y temblando al extrañarte.
Te odio porque me haces sentir, te detesto porque me hiciste romper promesas conmigo misma.
Pero me odio más a mí por estar escribiendo esta patética carta a través de una pantalla.
¿Y sabes qué es lo más vergonzoso de este asunto? Que ni siquiera sé si soy correspondida. Já.