Ayer, tuve un sueño.
Las melodías callaban, el silencio susurraba. Mis ojos reían y mis labios observaban. El hielo abrasaba y el fuego helaba.
¿Qué pasó?
No lo sé, simplemente, un momento.
Allá, donde las horas no dan los relojes, donde los soles se extinguen y las lunas renacen, allí estoy yo; parada sobre el espejo de mi realidad, entendiendo las notas de mi frialdad. En aquel desierto habitado de risas, gritos, lágrimas y sueños, me he perdido. No encuentro la salida a este laberinto sin fondo, al pozo sin salida.
Mis piernas no alcanzan las nubes, y mis manos, por más que intentan, sólo tienen tonos violáceos, no azules.
Y viene a mi memoria, ese minuto, ese momento, ese pasado. ¿Todo es producto de mi realidad, o fragmentos de mi imaginación?
Y aquí, en el asteroide donde vivo, puedo observar completamente las galaxias y estrellas, como bailan al ritmo del azul.
¿Se puede bailar un color? ¡Claro! Si puedes tocar un sentimiento, desvanecer una ilusión, crear una realidad, y desbaratar tu propia ficción, ¿Por qué no relatar un poco de pasión?
Y el columpio, ese columpio... Me observa, quieto, impasible desde su lugar en el parque, aquel parque donde el pasto es azul y el cielo es verde, las flores gigantescas y los árboles diminutos, aquel parque que es mi hogar.
Ayer tuve un sueño. Soñé que el tiempo se detenía, que los relojes daban marcha atrás. Que el Sol anunciaba la noche, y la Luna el día. Que el hielo me quemaba, que el fuego me congelaba. Ayer, soñé que pasabas conmigo un momento, que detenías el cielo, que bailabas el azul, que pintabas mis tonos violáceos, que derretías desiertos.
Ayer, tuve un sueño, que me posaba sobre mi realidad.