Llorar en silencio.
Prender un cigarro sin fumarlo.
Abrir una cerveza sin beberla.
Vivir una vida sin disfrutarla.
Observar las estrellas sin pedir un deseo,
abrir los ojos y no escuchar el eco.
Mirar siendo ciego,
escuchar siendo sordo.
Tomar un sueño y reprenderlo,
gritar una ilusión y perderla.
Volar en mis fantasías,
aterrizando en mis pesadillas.
Universos en mi cabeza implosionando,
susurros en mi cuerpo exclamando.
Eternidades vividas en un segundo,
y segundos perdidos en una vida.
Recuerdos empolvados en el baúl,
memorias; de metileno, azul.
Sus cabellos caen sobre su espalda, discurren en silencios autóctonos de su voz. Propias son las fantasías irrealizables que plagan su vida día a día. Morir al despertar, vivir al dormir.
¿Qué más podría pedir viviendo en una realidad surrealista?
Salir a jugar, empaparse en carcajadas.
Todo, era su realidad. Realidad vivida en el sueño mórbido de su propia ilusión.
Alcohol, su mejor enemigo.
¿Risperidona? Su peor amiga.
Gritar, callar, subir y bajar. Jalar, empujar, beber, matar. Susurros que gritaban en su memoria, ¿Qué pasa?
¡Nada! Una espiral, una escalera, una flor, un segundo. ¡Cae! Despierta. Grita. Duerme.
Bulimia verbal, atracones de libros, vómito de ideas. ¿Su sueño? Morir.
Ella no sabe qué escribe, palabras al viento que forman líneas a la Luna, discurren en el universo y se pierden.
Se pierden como ella en su cabeza, se pierden como las estrellas en su cuerpo.
Fiebre. Un conejo.
La Luna, pícara observante de la tragedia llevada a cabo en el cubo de su prisión. ¿Su mejor salida? Una pintura.
¿Su libertad? La jaula del Sol.
Números, símbolos, palabras. De metileno, azul.