Te vi por primera vez después de un tiempo de no hacerlo. ¿Mi reacción? Me temblaban las piernas, mis emociones se balanceaban antes de caer al vacío. Sin embargo, un gesto impasible y gélido relampagueaba mi rostro.
Había cubierto mis ojos con toneladas de delineador para obligarme a mí misma a no llorar cuando dijéramos las palabras que, implícitas, se encontraban entre nosotros.
Te vi a lo lejos; eran aproximadamente las 20:20. Me acerqué a ti e intenté saludarte, lo primero que hiciste fue continuar caminando y comenzaste a hablar. Me preguntaste lo que yo temía tanto, mencionaste lo que yo quería evitar. No me quedó más remedio que contestarte con lo primero que mi cabeza y corazón ponían en mi boca. Más mi cabeza; tonto corazón estaba pasmado.
Encendimos un cigarro a la luz del farol; ¿Más romántico? Relámpagos eran la banda sonora del momento.
Justo como el cielo anunciaba tormenta, nuestras palabras se sincronizaban con el clima.
Llegamos a un acuerdo, y sí, eran las nubes implícitas entre nosotros desde hacía días.
Continuamos caminando, nos detuvimos. Y en ese momento en el que nuestras miradas se cruzaron, ¡El fuego estalló! El relámpago lo anunció.
Sin embargo, ignoramos ese magnetismo labial y ocular; me volteé. No supe cómo, pero las lágrimas que comenzaban a asomar las reduje a cenizas en el viento.
Llovía. Hacía frío. ¿Un abrazo? Se quedó congelado en la fotografía de lo que no sucedió.
Diste media vuelta y comenzaste a alejarte, permanecí ahí parada; esperanzada en que voltearas y me dirigieras tu última mirada.
Pero, una vez más, las huellas en el hielo permanecieron intactas en la bóveda de lo incalcanzable.
Al momento en el que rodeaste la esquina, yo di media vuelta y comencé a caminar. Mis ojos, queriéndome desobedecer comenzaron a arder. Mis pulmones comenzaban a jalar aire más rápido; una tormenta en mis sentimientos se acercaba. La evité. La deshice. La cerré. La calmé.
Llegué a mi casa; sola. Por aquí y por allá gente, pero siempre sola.
Y en este instante en el cual bebo del pico de la botella, escucho música y los latidos del corazón amenazan con delatarme, guardo esa última mirada que te dirigí y la encierro en el baúl de las cosas perdidas.
Calmo mis ojos, puesto que quieren llorar tu recuerdo.
La música deja de sonar en mis oídos, mi corazón baja su ritmo.
Mis pulmones se estremecen, y los relámpagos a mis ojos adormecen.
Terminó.
Meses después, ese baúl se quemó dentro de la mansión de las fantasías.
Y, observándome en el espejo, exhalo el último recuerdo.
Un borrón, un suspiro.
De todo, un recuerdo.
Los recuerdos se perdieron en el bosque de su mente; un disparo a la sien todo terminó.