Hoy es una de esas noches en las cuales me quiero perder por completo en mis letras. Olvidarme del mundo, y vomitar líneas.
Es decir, perderme en ese bosque nevado que es mi cabeza, pensar un momento en nada. Pasar una eternidad pensando en todo. Pregúntome, ¿Qué es todo? ¿Acaso es ese todo que termina siendo nada.? O tal vez, ¿Es ese todo que termina enfermando? ¿Y qué tal si es el todo que por ser todo se pierde en el infinito?
Todo. Interesante combinación de 4 letras; una vocal repetida y dos consonantes que, al no prestar atención, su fonética es similar.
Nada. A veces pienso en nada, a veces me convierto en nada. ¿Qué es la nada? Nada; ausencia o inexistencia de cualquier objeto. ¿Y cómo sé si todo lo que observo es algo y realmente no es nada? ¿Cómo sé que todos existimos, cómo sé si yo existo? ¿Cómo sé si no es un mórbido sueño plasmado en alguna surrealidad real?
Toda. Combinación exacta, balance ideal entre todo y nada. Toda yo. Toda nuestra realidad.
Unas bocanadas de humo de cigarro, un trago a la copa con whiskey; un suspiro en ese momento que se lo lleva el tiempo y pasa de ser mi presente a ser mi pasado en cuestión de segundos.
Voltear hacia la ventana y darse cuenta que las gotas repiquetean en ella furiosas. Y ves como el viento juguetea con las copas de los árboles, y tú simplemente le das otro trago a tu copa y sigues pensando en absolutamente nada.
Salir al patio a jugar, mojarse con el agua de lluvia contenida en las pequeñas hendiduras del suelo. Encadenarse a esos pequeños momentos que hacen de la existencia un poco más amable y amena. Porque, ¿Qué sería de nuestra rutina sin esos pequeños momentos de distracción? Una carcajada.
Es regresar al escritorio, tomar la pluma y trazar unos cuantos garabatos en un pedazo de papel utilizado anteriormente; arrugado y roto. Garabatos que serán dejados en el cesto de la basura hasta que alguien lo saque de ahí, para, probablemente darle un uso completa y totalmente diferente al que tuvo durante su estadía con nosotros.
Violar hojas con la punta de nuestra pluma, hacerlas que griten nuestras ideas, que sangren y las plasmen en su superficie. ¿Qué sería de una hoja blanca si no tuviera el propósito de ser depositarias de nuestros más recónditos pensamientos, retorcidas ideas, mórbidas historias? Son el fruto condenado a víctima por siempre.
Correr tras nuestras más grandes memorias olvidadas; momentos guardados en el baúl empolvado del más recóndito y abismal rincón de nuestra cabeza.
Y es en este momento -en el cual vomito mis líneas, grito mis ideas, dibujo mis pensamientos- cuando me pregunto, ¿Qué sería del mundo sin mí? O, en su defecto, ¿Qué sería yo sin el mundo?
Propóngome a seguir perdiéndome en el todo que es la nada, ya me vi.